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El Romance...      

Siguense la Historia de los Siete Infantes de Lara. de cómo fueron traicionados y muertos por su tío Rodrigo Velázquez, en los tiempos en que el conde Garci Fernández veía a Castilla amenzada por las vencedoras campañas del moro Almanzor; y cuenta también cómo la muerte de los infantes fué después vengada por Mudarra González. Es una historia lastimera. De un pequeño agravio se levanta gran discordia, mortal enemiga y una fiera venganza; la venganza alimenta largos odios que envejecen en el corazón; los odios viejos engendran nueva vida, y con ella odios nuevos y nueva venganza justiciera

Y este primer romance

cuenta las bodas de doña Lambra de Bureba, y cómo, durante la fiestas, empezó gran enemistad en la familia de los de Lara

Ya se salen de Castilla

castellanos con gran saña,

van a combatir los muros

de la vieja Calatraba,

derribaron tres pedazos

por partes de Guadiana;

por uno entran los cristianos,

por dos los moros escapan,

maldiciendo de Mahoma

y de su secta malvada,

por unas sierras arriba

grandes alaridos daban.

¡Ay, Dios, qué buen caballero

fué allí Rodrigo de Lara,

que mató cinco mil moros

con tres cinco mil moros

con trescientos que llevaba!

Si aquéste muriera entonces,

¡qué gran fama que dejara!

No matara a sus sobrinos,

los siete infantes de Lara,

ni vendiera sus cabezas

al moro que las llevaba.

 

¡Bien peleó en aquel día

Ruy Velázquez el de Lara!

ganó un escaño de oro

con rica tienda de Arabia;

al conde Garci Fernández

se la envía casamiento

con la linda doña Lambra.

 

Ya se conciertan las bodas

¡ay, Dios, en hora menguada!

doña Lambra de Bureba

con don Rodrigo de Lara.

Las bodas fueron en Burgos.

las tornabodas en Salas;

en bodas y tornabodas

pasaron siete semanas;

las bodas fueron muy buenas,

unas las tornabodas malas.

Y a convidan por Castilla,

por León y por Navarra;

tantas vienen de las gentes

no caben en las posadas;

y aún faltaban por venir

los siete Infantes de Lara.

¡Hélos, hélos por do vienen,

por aquella vega llana!

Sálelos a recibir

la su madre doña Sancha;

ellos le besan las manos,

ella a ellos en la cara;

-Huelgo de veros a todos,

que ninguno no faltaba,

y más a vos, Gonzalvico,

prenda que yo más amaba.

Tornad a cabalgar, hijos

y tomedes vuestras armas,

allá iredes a posar

al barrio de Cantarranas.

Por Dios os ruego, mis hijos,

no salgades a las palzas,

porque las gentes son muchas,

trábansa malas palabras.

    Ya cabalgan los infantes

y se van a sus posadas;

hallaron las mesas puestas,

mucha vianda aparejada;

después que hubieron comido,

siéntanse a jugar las tablas.

    En el arenal del río,

esa linda doña Lambra,

con muy grande fantasía,

altos tablados armara;

tiran unos, tiran otros,

ninguno bien bohordaba.

Allí salió un hijodalgo

de Bureba la preciada;

caballero en un caballo

y en su mano una vara,

arremete su caballo,

al tablado la tirara,

 voceando: -¡Amad, señoras,

cada cual como es amada!

que más vale un caballero,

de Bureba la preciada,

que no siete ni setenta

de los de la flor de Lara.

    Doña Lambra que lo oyera,

en ello mucho se holgara:

-¡Oh, maldita sea la dama

que su cuerpo te negara;

si yo casada no fuera,

el mío te lo entregaba!

    Oídolo ha doña Sancha,

responde muy apenada:

-Calléis, Alambra, calléis,

no digáis tales palabras,

porque aun hoy os desposaron

con don Rodrigo de Lara.

- Más calléis vos, doña Sancha,

que tenéis que por qué callar,

que paristeis siete hijos

como puerca en cengal.

    Todo lo oye un caballero

que a los infantes criara;

llorando de los sus ojos,

con angustia y mortal rabia,

se fué para los palacios

do los infantes estaban;

unos juegan a los dados,

otros jugaban las tabas.

Aparte está Gonzalvico,

de pechos a una baranda:

-¿Cómo venís triste, ayo?

Decí, ¿quíen os enojara?

Tanto le rogó Gonzalo,

que el ayo se lo contara.

-Mas much os ruego, mi hijo,

que no salgáis a la plaza.

    No lo quiso hacer Gonzalo,

mas su caballo demanda;

llega a la plaza al galope,

pedido había una vara,

y vido estar el tablado

que nadie lo derribara,

alzóse en las estriberas,

con él en el suelo daba.

Desque lo hubo derribado

desta manera hablara:

-Amad, amad, damas lindas,

cada cual como es amada,

que más vale un caballero

de los de la flor de Lara

que cuarenta ni cincuenta

de Bureba la preciada.

 

    Doña Lambra que esto oyera

bajóse muy enojada,

sin esperar a los suyos

se saliera de la plaza;

fuése para los palacios

donde don Rodrigo estaba;

a voces se querellaba:

-¡Quéjome a vos, don Rodrigo,

viuda me puede llamar!

Mal me quieren en Castilla

los que me habían de guardar!

Los hijos de doña Sancha

mal abaldonado me han

que me cortarían las faldas

por vergonzoso lugar,

me pornían rueca en cinta

y me la harían hilar,

y cebarían sus halcones

dentro de mi palomar.

Si desto no me vengáis,

yo mora me ire a tornar,

y a ese buen rey Almanzor

tengo de irme a querellar.

-Calledes, la mi señora,

vos no digades atal.

De los inantes de Lara

bien os pienso de vengar;

tela les tengo ya urdida

presto se la he de tramar;

nacidos y por nacer

dello por siempre hablarán.

 

Bien urdió Ruy Velázquez de Lara gran traición contra todos sus parientes, y la tramó con falsedad y mentira. Envió a su cuñado don Gonzalo Gustios, padre de los siete infantes, a Córdoba con una carta engañosa escrita en arábigo, para que allá Almanzor lo hiciese morir, y para que enviase su capitán, con un gran hueste, al campo de Almenar, donde llevará Ruy Velázquez a los siete infantes para que sean muertos.

 

El segundo romance es de cómo los infantes de Lara se despidieron de su madre y vieron malos argúeros.

 

    En las sierras de Alatamira,

que dicen del Arabiana,

aguardaba don Rodrigo

a los hijos de su hermana;

no se tardan los infantes

y el traidor mal se quejaba;

grande jura estaba haciendo

sobre la cruz de su espada,

quien detiene a los infantes

él le sacaría el alma.

    Deteníalos su ayo,

muy bien consejo les daba,

el viejo Nuño Salido,

el que los agúeros cata.

Ya todos aconsejados,

con ellos él caminaba;

con ellos va la su madre

una muy larga jornada:

-¡Adiós, adiós, los mis hijos,

presta sea vuestra tornada!

    Ya se parten de la madre;

en Canicosa el pinar

agüeros contarios vieron

que no son para pasar:

encima de un seco pino

una aguililla caudal,

mal la aquejaba de muerte

el traidor del gavilán.

Vido el agüero don Nuño:

-Salimos por nuestro mal;

siete celadas de moros

aguardándonos están.

Por Dios os ruego, señores,

el río no heis de pasar,

que aquel que el río pasare

a Salas no volverá.

    Respondióle Gonzalvico

con ánimo singular,

era menor en los días,

mas muy fuerte en pelear:

-No digáis eso, mi ayo,

que allá hemos de llegar.

Dió de espuelas al caballo,

el  río fuera pasar.

 

Tercer romance, de cómo se empezó la batalla con los moros.

    Saliendo de Canicosa

por el val del Arabiana,

donde don Rodrigo espera

los hijos de la su hermana,

por el campo de Almenar

ven venir muy gran campaña,

muchas armas reluciendo,

mucha adarga bien labrada,

mucho caballo ligero,

mucha lanza relumbraba,

mucho pendón y bandera

por los aires revolaba.

Alá traen por apellido,

a Mahoma a voces llaman;

tan altos daban los gritos

que los campos retemblablan:

-¡Mueran, mueran -van diciendo-

los siete infantes de Lara!

¡Venguemos a don Rodrigo,

pues que tiene de ellos saña!

    Allí está Nuño Salido,

el ayo que los criara,

como vee la gran morisma

desta manera les habla:

-¡Oh, los mis amados hijos,

quién  vivo ya no se hallara

por no ver tan gran dolor

como agora se esperaba!

-¡Ciertamente nuestra muerte

está bien aparejada!

No podemos escapar

de tanta gente pagana;

vendamos bien nuestros cuerpos

y miremos por las almas;

no nos pase de la muerte

pues irá bien empelada.

    Como los moros se acercan,

a cada uno por sí abraza;

cuando llega a Gonzalvico,

en la cara le besaba:

-¡Hijo Gonzalo González,

de lo que más me pesaba

es de lo que sentirá

vuestra madre doña Sancha;

érades su claro espejo,

más que a todos os amaba!

    En esto llegan los moros,

traban con ellos batalla:

espesos caen como lluvia

sobre la gente cristiana;

 

los infantes los reciben

con sus adargas y lanzas,

"¡Santiago, cierra, Santiago!"

a grandes voces llamaban.

 

    Muy cruda es la batalla, y don Rodrigo, apartado con su gente, se negaba a entrar en ella; ya los siete hermanos de cansados apenas pueden levantar las armas. Hasta ese moro Alicante, condolido de verlos defenderse en tal angostura, les da una tregua, los acoge en su tienda y les repara con viandas y bebida. Mas Rodrigo, el traidor contra su sangre, se acerca allí para recriminar al moro aquella piedad que había de enojar muy mal a Almanzor. Los moros tienen que volver al campo a los siete infantes, y peleando con ellos en desigual y porfiada batalla les van dando muerte en presencia de Ruy Velázquez.

 

Romance cuarto, del gran llanto que don Gonzalo Gustios hizo allá en Córdoba.

 

    Pártese el moro Alicante

víspera de San Cebrián;

ocho cabezas llevaba,

todas de hombres de alta sangre.

Sábelo el rey Almanzor,

a recibírselo sale;

aunque perdió muchos moros

piensa en esto bien ganar.

Mandara hacer un tablado

para mejor los mirar;

mandó traer un cristiano

que estaba en captividad,

como ante sí lo trajeron

empezóle de hablar;

díjole: -Gonzalo Gustios,

mira quien conocerás;

que lidiaron mis poderes

en el campo de Almenar

sacaron ocho cabezas,

todas son de gran linaje.

Respondió Gonzalo Gustios:

-Presto os diré la verdad.

Y limpiándoles la sangre

asaz se fura a turbar;

dijo llorando agramente:

-¡Conózcolas por mi mal!

La una es de mi carillo;

las otras me duelen más,

de los infantes de Lara

son, mis hijos naturales.

    Así razona con ellas

como si vivos hablasen:

-¡Sálveos Dios, Nuño Salido,

el mi compadre leal!

¿adónde son los mis hijos

que yo os quise encomendar?

Mas perdonadme, compadre,

no he por qué os demandar;

muerto sois como buen ayo,

como hombre muy de fiar.

    Tomara otra cabeza,

del hijo mayor de edad:

-¡Oh hijo Diego González,

hombre de muy gran bondad,

del conde Garci Fernández

alférez el principal,

a vos amaba yo mucho,

que me habíades de heredar!

Alimpiándola con lágrimas

volviérala a su lugar.

    Y toma la del segundo,

don Martín que se llamaba:

-¡Dios os perdone, el mi hijo,

hijo que mucho preciaba;

jugador de tablas erais

el mejor de toda España;

mesurado caballero,

muy bien hablabais en plaza!

    Y dejándola llorando

la del tercero tomaba:

-¡Hijo don Suero González,

todo el mundo os estimaba;

un rey os tuviera en mucho

sólo para la su caza!

¡Ruy Velázquez, vuestro tío,

malas boda os depara:

a vos os llevó a la muerte,

a mí en cuativo dejaba!

    Y tomando la del cuarto

lasamente la miraba:

-¡Oh hijo Fernán González

(nombre del mejor de España,

del buen conde de Castilla,

aquel que vos baptizara),

matador de oso y de puerco,

amigo de gran campaña,

nunca con gente de poco

os vieran en alianza!

    Tomó la de Ruy González,

al corazón la abrazaba:

-¡Hijo mío, hijo mio,

quién como vos se hallara;

gran caballero esforzado,

muy buen bracero a ventaja;

vuestro tío Ruy Velázqeuz

tristes bodas ordenara!

    Y tomando otra cabeza,

los cabellos se mesaba:

-¡Oh hijo Gusto Gonzaéz,

habiades buenas mañas,

no dijérades mentira

ni por oro ni  por plata;

animoso, buen guerrero,

muy gran heridor de espada,

que a quien dábades de lleno,

tullido o muerto quedaba!

    Tomando la del menor

el dolor se le doblaba:

-¡Hijo Gonzalo González,

los ojos de doña Sancha!

¡Qué nuevas irán a ella,

que a vos más que a todos ama!

¡Tan apuesto de persona,

decidor bueno entre damas,

repartidor de su haber,

aventajado en la lanza!

¡Mejor fuera la  mi muerte

que ver tan triste jornada!

    Al duelo que el viejo hace,

toda Córdoba lloraba.

El Almanzor, cuidoso,

consigo se lo llevaba

y mandaba a una morica

lo sirviese muy de gana.

Esta le torna en prisiones

y con amor le curaba;

hermana era del rey,

doncella moza y lozana;

con ésta Gonzalo Gustios

vino a perder la su saña,

que de ella le nació un hijo

que a los hermanos vengara.

 

Ahora sabe los que esta historia oís que el moro Almanzaor solgó al fin de la prisión a don Gonzalo, y que vuelto el buen viejo a Burgos con las cabezas de sus hijos, a las que dió sepultura en la iglesia de Salas, llevaban él y su mujer doña Snacha una muy apenada y pobre vida, perseguidos siempre por el poderoso Ruy Velázquez. Así como lo dice don Gonzalo Gustios en este

 

Quinto romance.

 

    Triste yo que vivo en Burgos

ciego de llorar desdichas,

sin saber cuándo el sol sale,

ni si la noche es venida,

si no es que con gran rigor

doña Lambra mi enemiga

cada que amanece

hace que mi mal reviva:

pues por que mis hijos llore

y los cuente cada un día,

sus hombres a mis ventanas

las siete piedras me tiran.

 

    Sabed además que la mora hermana de Almanzor al hijo aquel que tuvo de don Gonzalo lo llamó Mudarra González, y cuando fué de edad, enviólo a Castilla para que buscase al traidor y en él vengase padre y hermanos.

 

Y este último romance

cuenta cómo el caballero novel Mudarra mató a Ruy Velázquez, el enemigo hermano de doña Sancha.

 

    A caza va don Rodrigo,

ese que dicen de Lara;

perdido había el azor,

no hallaba ninguna caza;

con la gran siesta que hace

arrimado se ha a una haya,

maldiciendo a Mudarrillo,

hijo de la renegada,

que si a las manos le hubiese

que le sacaría el alma.

    El señor estando en esto,

Mudarrillo que asomaba:

-Dios te salve, buen señor,

debajo la verde haya.

-Así haga a tí, caballero;

buena sea tu llegada.

-Dígasme, señor, tu nombre,

decirte he yo la mi gracia.

-A mi llaman don Rodrigo,

y aun don Rodrigo de Lara,

cuñado de don Gonzalo,

hermano de doña Sancha;

por sobrinos me los hube

los siete infantes de Lara.

Maldigo aquí a Mudrrillo,

hijo de la renegada;

si delante lo tuviese,

yo le sacaría el alma.

-Si a ti dicen don Rodrigo,

y aun don Rodrigo de Lara,

a mi Mudarra González,

hijo de la renegada,

de Gonzalo Gustios hijo

y alnado de doña Sancha;

por hermanos me los hube

los siete infantes de Lara;

tú los vendiste, traidor,

en el val de Arabiana.

Mas si Dios ahora me ayuda

aquí dejarás el alma.

-Espéresme, don Mudarra

iré a tomar las mis armas.

-El espera que tu diste

a los infantes de Lara:

aquí morirás, traidor,

nemigo de doña Sancha.

 

    Allí donde cayó sin vida el cuerpo de Ruy Velázquez, los castellano lo apedrearon, y yacían sobre él más de diez carradas de piedras. Y aun hoy día, cuantos por aquella gran pedrera pasan, en lugar de rezar Pater Noter, lanzan al montón una piedra más, diciendo: "¡Mal siglo haya el alma del traidor! ¡Amén!

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